KAMASI WASHINGTON: EL JAZZ DEL SIGLO XXI

Un saxofón con la capacidad de reinventar un género

Cuando se habla de jazz, suelen remitirse a los artistas que brillaron en los ‘50 y ‘60, desde Miles Davis hasta Duke Ellington. Algunos melómanos incluso han pronunciado (en más de una ocasión) que el género estaba muerto, pero si escuchan a alguien decir eso, entonces sabrán que no estuvo en el C Complejo Art Media para ver a Kamasi Washington.

Desde jóvenes hasta veteranos, una variada mezcla de personas se unió en la Ciudad de Buenos Aires para presenciar a una de las más interesantes figuras contemporáneas. Consultando, por mera curiosidad, cómo fue que lo conocieron a este artista, algunos decían que fue por sus colaboraciones con Kendrick Lamar, haciendo referencia a aquel legendario disco To Pimp a Butterfly (2015). Otros, principalmente jóvenes, nombraban a Thundercat o Denzel Curry, mientras que los más grandes mencionaron su álbum triple The Epic (2015). Que un artista genere convocatoria por tan diversas razones es un halago a su trayectoria.

La noche comenzó de una manera mágica, cuando a las nueve en punto comenzó a vibrar ‘P. Funk (Wants to Get Funked Up)’ por Parliament. El funk y el groove se respiraban en el baile, y pronto la banda estaba parada en el escenario. Las ovaciones se hicieron sentir, principalmente cuando apareció el corpulento Kamasi, con un abrigo tradicional, el saxofón colgando y una enorme sonrisa. Su estética tan particular estaba cargada de vibras espirituales, con reminiscencias a figuras como Sun Ra o Pharoah Sanders. Mientras que sus compañeros vestían looks diversos y modernos; una vibra de jazz que se distancia de las big bands donde todos usaban trajes, esto es algo descontracturado y libre.

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“No tenemos que soportar nuestras diferencias, tenemos que celebrarlas”

Pronto, todos los presentes se encontraban hipnotizados, con canciones largas que tomaban muchos caminos, pero eventualmente retomaban ese motif que les daba una base inicial. Solos extensos y muchas sonrisas por parte de la banda, un estado de éxtasis ligado a la alegría que les emanaba el público. Tal vez ni siquiera ellos imaginaban tener al predio prácticamente lleno, apretados y sintiendo de manera plena la música. Es por eso que esta fue una celebración, al punto que uno de los dos bateristas, Ronald Bruner, Jr., se lanzó al público al final del concierto.

Uno de los momentos más emotivos fue cuando el saxofonista comenzó a expresar su amor por los presentes. Tras decirlo en inglés, soltó un “te amo” y confesó que se sentía bendecido de recientemente ser padre, a lo que continuó con una canción que escribió para su hija. ‘Sun Kissed Child’ fue una emotiva pieza, donde la vocalista Patrice Quinn dejó el alma. A pesar de sonar tan dulce allí, dejó fluir un salvajismo al estilo de Betty Davis cuando soltó ‘Fists of Fury’, una potente pieza del último LP de Washington, Heaven and Earth (2018). Antes de comenzar dicho tema, el público comenzó a corear “Olé olé olé olé, Kamasi”, a lo que el saxofonista comenzó a tocar algo parecido en melodía. Pronto la percusión de Tony Austin se sumó, y así toda la banda. Una explosión mágica donde la gente seguía siendo protagonista, hasta que de manera sutil entraron en la canción.

Probablemente dos de los músicos más inspirados por el momento fueron el contrabajista Miles Mosley y el tecladista Brandon Coleman, este último tocó una canción de su nuevo álbum en donde parecía incorporar los sonidos de una nave espacial. Por otro lado, los solos de bajo fueron delirantes, como también la trompeta del carismático Dontae Winslow. Pero la gran sorpresa fue el estado de Rickey Washington, padre de Kamasi, quien se encargó de la flauta. Los años no le pasan factura, ya que estuvo todo el concierto de pie, alegre y con algunos fragmentos donde su enorme talento quedaba evidente. Hubo algunas «charlas» padre e hijo, con sus instrumentos, que deslumbraron. Instantes mágicos e improvisados.

El punto más alto del show tal vez fue ‘Truth’, de su EP Harmony of Difference (2017). Introduciendo la canción, comentaba: “No tenemos que soportar nuestras diferencias, tenemos que celebrarlas. Las diferentes tradiciones, culturas, pelos. Todas esas cosas hacen de todos nosotros una persona hermosa”. Es admirable que su música pueda sorprender e innovar dentro de un género que tiene incontables décadas de vida. Una fascinante (e inclasificable) suma de elementos que incluye el spiritual jazz, fusión, soul, post bop e incluso unos esporádicos beats con vibra de hip hop. Aquí la única constante es la creatividad.

Años atrás, en Lollapalooza 2019, había cerrado su presentación prometiendo que volvería pronto. No solo cumplió, sino que volvió a expresar su amor y deseo de regresar otra vez más. Y por si no quedó claro, el jazz sigue vivo, si no lo ves, es que tenés los ojos (y oídos) cerrados.

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BAILANDO EN LA OSCURIDAD CON MOLCHAT DOMA

En una noche diferente, Buenos Aires vibró con sombrío y pegadizo coldwave

El post punk es una de esas terminologías que abren un paraguas inmenso. Cubre diferentes cosas que a veces parecen tener poco en común, pero en Konex respiramos mucho de lo que hace al género, o por lo menos a su esencia. Una vibra energética, aunque a su vez apagada, la introversión en un lugar repleto de gente y la fría oscuridad que puede ser bailada. Eso y más, se vivió a través de Molchat Doma.

Caminando las cuadras alrededor, se percibía un clima ideal. Las vibras y los outfits hablaban por sí solos, era un momento muy esperado y las personas no podían evitar emanar aquella alegría. ¿Quién habría pensado que tocarían en Sudamérica? Estamos hablando de un trío fundado hace tan solo cinco años en Minsk (Bielorrusia), quienes no hacen «música convencional» y ni siquiera cantan en inglés. De todos modos, con entradas agotadas, se anticipaba con ansiedad la primera nota; y vaya que valió la pena esa espera. Casi como un gol, en un instante se desencadenó la euforia, y el público comenzó a moverse como si no hubiese un mañana.

Dudo que muchos de los presentes hablen ruso, pero eso no los detuvo de cantar y saltar alocados

Resulta muy curioso el formato de trío que desarrollan estos músicos. Un vocalista, un bajista y un guitarrista. ¿Sin batería? No, en realidad la percusión es electrónica, programada a la perfección, dando una base para seguir, mientras que la guitarra y el bajo se comunicaban en un nivel más profundo. Convivieron de forma estupenda esos sonidos, tan cadenciosos y cargados de tintes góticos e intimistas, con la apasionante puesta en escena de su vocalista. Para ejemplificar y que quede más claro, podemos hacernos una pregunta: ¿Cómo habría sido New Order si las tensas vibras de Joy Division hubiesen prevalecido de manera más marcada? Probablemente así.

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Para alimentar la riqueza y variedad de su repertorio, tanto el guitarrista Roman Komogortsev como el bajista Pavel Kozlov por momentos abandonan sus instrumentos para focalizarse en sintetizadores. Es llamativa la manera en que conviven lo orgánico y lo sintético, aquella pegadiza y fría percusión programada, con un bajo vibrante que es el motor del grupo. Unidos, la máquina toma vida, y en instantes nos hipnotiza. 

Tomaron la antorcha de los grandes grupos de hace 40 años

La iluminación ayudó a generar una atmósfera particular, pero lo más importante fue el talento de los integrantes. No creo que ellos alguna vez hayan imaginado semejantes pogos como los que se vivieron en Konex, menos aún a cientas de personas corear: “Olé olé olé, Molchat, Molchat”. Dudo que muchos de los presentes hablen ruso, pero eso no los detuvo de cantar y saltar alocados. Imposible escapar al ritmo y al sentimiento.

En las primeras filas se escucharon reiteradas veces los gritos “toquen el tema del Instagram”, en referencia a ‘Судно (Sudno)’, la canción que los catapultó a la fama. Una de las piezas que encapsulan a este grupo: musicalmente, pegadiza e incitando a que movamos nuestro cuerpo, pero las palabras que pronuncia Yegor Shkutko son de puro dolor, a la par con las épocas más angustiadas de Bauhaus o Christian Death. Una dualidad constante y fascinante. 

Pasan las décadas, pero queda claro que el post punk sigue vivo. Una banda que tomó la antorcha de aquellos grandes grupos de hace 40 años y le sumó enorme originalidad. De todos modos, dieron un pequeño guiño hacia el pasado, haciendo la fascinante introducción de ‘A Forest’ por The Cure, aunque pronto fue quebrada para saltar hacia una canción propia.

Una noche inolvidable, de la cual probablemente se hablará cuando hagan sus listas sobre los mejores conciertos de 2022. ¿Te quedaste con ganas de bailar? Acá te dejo una playlist.

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📝 Agustín Riestra
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